Confesiones de viaje

|
Cualquier cosa puede echarse de menos. Cosas materiales, recuerdos invisibles, sentimientos, acciones, personas, lugares… Incluso ésas que aún no has tenido la oportunidad de incluir en tu vida. O, desgraciadamente, fueron parte de ella. Lo que sea.

Y ese resquemor o intuición de vacío interior siempre ha estado dando vueltas en tu mente, sin ocupar un rincón concreto, paseándose a sus anchas por todo tu ser, habido y por haber. Ninguna tregua es suficiente para restablecer el equilibrio interior.

Puedes dejar atrás, cientos de kilómetros al sur, tus asuntos más dolorosos, crudos y amargos; sin embargo, parece que su recuerdo viaja en el asiento contiguo al tuyo, con esa sensación desagradable de rozarte el brazo continuamente. Masca su chicle con fuerza sonora, por si te distraes inocentemente mirando por la ventana, buscando un punto infinito a lo lejos. Solo quieres que tu mente huya de la ciudad, mientras que tu cuerpo sigue allí disfrutando de esas ventajas tan tentadoras.

A pesar de todo, ese vacío no se va. Un vacío que a tu parecer, tiene un remedio sencillo e imposible a la vez. Tan solo debes obligarte a ti misma no excavar un hueco para alguien, por muchas promesas rosas que te trasmita mediante los ojos. TAN SOLO eso.

Por desgracia, ahora te toca intentar rellenarlo, para eso vuelves a casa (tan pronto). Para volver a ser la misma, obviando una cantidad de meses estipulada.

Pero, al fin y al cabo, lo importante no son los días, sino lo que sentiste entonces. El tiempo te despide en la estación; los recuerdos, en cambio, son tus compañeros de viaje en la vuelta.

1 comentarios:

Rubén Domènech dijo...

Los recuerdos son una putada.

Publicar un comentario